Este es el segundo de una serie de artículos cuyo propósito es el de clarificar y “aterrizar” cómo las prácticas propias de las #artes escénicas o el deporte profesional, aplicadas a la actividad diaria de las #personas, lo cambian todo en cuanto a su #aprendizaje y #desarrollo.
3 enfoques: intención, atención, ejecución
Todos hemos sentido en un momento dado desasosiego incluso impotencia frente al poco control que tenemos sobre las cosas del mundo que nos rodean y nos afectan. Y es que el ser humano está diseñado para buscar la certidumbre y dar sentido a los acontecimientos de su existencia. Sin embargo, querer controlarlo todo es la peor de las soluciones y la crónica de un fracaso anunciado. No sólo se dispersa la atención y energía, sino, consecuentemente, también la efectividad. El dicho popular “el que mucha abarca poco aprieta”, tiene su origen en esta realidad.

Foto de Sivani Bandaru en Unsplash
¿Qué hacer entonces? Si no tenemos control sobre casi nada, ¿en que centrarnos? Cómo responder a preguntas como: ¿qué es lo que realmente quiero? (Manifestación), ¿por qué quiero realmente lo que quiero? (Motivación), y ¿quién es el que lo quiere, desde dónde opera? (Fuente)
En el arte dramático sabemos que la complejidad necesita simplicidad. No se trata de manejarlo todo, ni siquiera de saberlo todo (otra locura), sino de ser efectivos. Basta con controlar unos pocos aspectos que sin embargo tienen mucho poder y gran impacto. Cualquier actor que se precie trata de tener la máxima claridad sobre la intención, la atención y la ejecución de la acción de su personaje. Hagamos lo que hagamos en Élanfactor, estas tres enfoque están siempre presentes y forman parte de todos las actividades con el cliente.
Intención
La intención es nuestra motivación o deseo más profunda. Es la fuente de nuestra forma de ser, de pensar, de relacionarnos, de tomar decisiones y de emprender la acción. No es un deseo caprichoso e impulsivo, sino aquello que da vida a todo lo que luego se manifiesta en el mundo material y la huella que dejamos en él.
En el Upanishad – uno de los 200 libros sagrados de la India – hay una frase que reza: “Tú eres lo que tu deseo más profundo es. Como es tu deseo, es tu intención. Como es tu intención, es tu voluntad. Como es tu voluntad, son tus acciones. Y como son tus acciones, es tu destino.” En nuestra cultura, Heráclito lo expresó de la siguiente manera: “Piensa sólo en aquellas cosas que están en línea con tus principios y que pueden soportar la luz del día. El contenido de tu carácter es tu elección. Día a día, lo que elijas, lo que pienses y lo que hagas será aquello en lo que te conviertas. Tu carácter (integridad) es tu destino. Es la luz que guía tu camino.”
Controlar la intención (tener claridad sobre ella y sentirla vivamente) es la única manera de evitar comportamientos automáticos, impulsivos e inconscientes. No se llega a conocer la intención por arte de magia, sino a través de la indagación, la reflexión y la escucha atenta y sensible. Saber por qué y para qué haces lo que haces da sentido y dirección a todo lo que hacemos en todos los ámbitos de la vida.
Atención
La atención es un mecanismo de discernimiento y diferenciación. Dónde va la atención, va la energía. La atención es también una manera de estar en el mundo. Ya hemos visto el vínculo entre intención, voluntad y acción. Es un filtro que prioriza en qué gasto energía y en qué se centra mi interés. Hay dos tipos de atención: la abierta y la cerrada. A la segunda llamamos concentración. Pero la primero debe preceder siempre a la segunda precisamente para asegurar primero el buen discernimiento y diferenciación, mientras que la concentración en imprescindible para la excelencia en la ejecución. ¿Por qué quiero realmente lo que quiero?
En la práctica de arte dramático diferenciamos muy bien la atención (abierta) de la concentración. En actor se concentra en un 80 % en las acciones del personaje y el restante 20 % en estar atento al entorno (lo llamamos en la jerga teatral “segunda atención»). Nunca debe darse el 100 %, lo cual, evidentemente, va contra toda retórica empresarial y es completamente contraintutitivo, pero necesario. Esto se hace por varios motivos. El primero, por seguridad; para poder reaccionar a fallos, imprevistos y evitar accidentes. El segundo, para mantener la perspectiva entre el que actúa (el personaje) y el ser (quién soy). La plena identificación no dejaría espacio de juego, de elección y de creatividad. Sin ese espacio correríamos el peligro de perdernos literalmente y caer en la esquizofrenia y pérdida de identidad. La atención y concentración son el mejor garante de control efectivo que tenemos.
Ejecución
Si la intención trata de “hacer lo correcto”, la ejecución trata de hacer las cosas “de forma correcta” o, mejor, de forma excelente. La atención media entre uno y otro extremo. Dependiendo de la acción, la buena ejecución puede ser un proceso de años, incluso de décadas. ¿Qué es lo que realmente quiero?
No sirve hacer cualquier cosa y de cualquier manera. La ejecución excelente de cualquier acción tiene un valor en si mismo y es una noble aspiración. Nada tiene que ver con el perfeccionismo – cuya fuente es el miedo y la inseguridad -, sino con la belleza: de dar al mundo una acción bellamente articulada. Esta articulación siempre tiene tres partes: principio, desarrollo, final. Así la más mínima acción puede ser bella. La belleza es alcanzar la maestría en la ejecución. El sudor y el trabajo duro de años es el tributo que pagamos para que luzca ligera, ingrávida y majestuosa.
Imaginemos por un momento el impacto que tendría sobre el mundo si todo trabajador entendiera su tarea como la de un artista que aspira, más allá de la eficiencia y eficacia, a la belleza y se comprometiera y responsabilizara plenamente de la excelente ejecución en cada acción. Haz click para twittear