“El problema es que hemos dejado de reflexionar sobre qué es lo bueno y las consecuencias de esto pueden ser enormes.” – Chesterton
Difícilmente puede hallarse una pregunta de mayor interés: ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es el bien? Porque todo hombre guarda en lo más hondo de su ser el deseo invencible de ser bueno y de hacer lo bueno. Todos gozamos de una especie de instinto para descubrir el bien. Sabemos que «lo bueno es el bien» y que «lo malo es el mal». Sin embargo, en la práctica no pocas veces se nos plantea un problema: ¿es esto bueno? ¿es bueno que yo haga tal cosa? La respuesta no es siempre inmediata y cierta; a veces requiere un estudio largo y arduo.
Ser o no ser
“Ser o no ser, esta es la cuestión.” Esta es siempre la cuestión…
La tragedia de Hamlet nos recuerda la muerte, tristeza y desolación que dejamos a nuestro paso cuando traicionamos nuestra verdadera naturaleza y decidimos seguir los mandatos de un “fantasma”. Para poder cumplir su fatal promesa de venganza, Hamlet, sacrifica todo lo que ama, todo en lo que cree, todo lo que es, y su vida se convierte en una pesada carga. Cada duda, un puñal en el corazón para decidir entre lo bueno y lo “correcto”; cada acto, una bola de nieve de consecuencias imprevisibles y de inercias incontrolables; cada batalla “ganada”, un paso más hacia la alienación de su alma. Al borde de la locura, completamente exhausto, Hamlet, se entrega finalmente a la muerte exhalando con alivio: “the rest is silence”.
Lo que daña a la naturaleza, forzosamente ha de dañar a la persona, porque la persona no es ajena a la naturaleza sino una expresión - el sujeto - de la misma. ¿Qué soy yo? ¿Cuál es mi esencia?Haz click para twittearTodo lo bueno es una expresión del espíritu humano; emana de nuestra verdadera naturaleza infinita, ilimitada, abundante y generosa. Y todo dolor y destrucción es producto de su negación y alienación. Debemos estar alerta y bien despiertos frente a poderosos enemigos malignos, siempre al acecho de aniquilar la buena disposición de un ser íntegro y natural. “Palabras, palabras, palabras”, decía Hamlet mirando asqueado el mundo a su alrededor.
Miramos a nuestro alrededor y reconocemos el cinismo y la desconfianza de los corazones cerrados en forma de desvinculación; reconocemos el espíritu apagado y desorientado en forma de desorganización; reconocemos la indolencia de una mente satisfecha y perezosa en forma de desinformación; y reconocemos una voluntad temerosa y encogida en forma de desilusión. La desvinculación, la desorganización, la desinformación y la desilusión son un cáncer; expresiones de un “fantasma”; síntomas del “no ser”. “Lo contrario de consciente no es inconsciente, sino mecánico”, decía Hannah Arendt. Lo mecánico ahoga la verdadera naturaleza del ser humano, su buen espíritu, y lo convierte en un patético No Viviente.
“A melón bueno y maduro, todos le huelen el culo.”
La vida feliz
La historia de la felicidad es una saga lamentable. “En medio de tanta filosofía, de tanta humanidad, de tanta civilización y máximas sublimes, sólo tenemos un exterior frívolo y engañoso, honor sin virtud, razón sin sabiduría y placer sin felicidad”, observó Rousseau. Y no, Rousseau, no era un hombre feliz, pero tampoco lo buscaba. Su propósito era liberar al hombre, la felicidad es cosa de cada cual.
Pensar en la felicidad por sí sólo no nos hace felices. Igual que aprender no nos hace sabios, el estudio de la felicidad no dibuja automáticamente una sonrisa en el rostro. Tampoco un Chief Happiness Officer con sus prescripciones basados en la Neurociencia. Ser feliz es un estado inconsciente; si se le presta demasiada atención, parece mucho más difícil de conseguir. O como dijo John Stuard Mill: “Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo.”
Parece natural equiparar felicidad y placer hasta que queda claro que los placeres son pasajeros y que la felicidad depende de cosas que no tienen nada que ver con el placer, como la dignidad y el compromiso. Aristóteles lo comprendió así. Señaló que la felicidad no es una experiencia sino una actividad; más parecida a la amistad que al placer. O, dicho de otra forma, que la felicidad es como el amor: al igual que se quiere a la pareja sin necesidad de sentimientos románticos constantes, se puede ser feliz con independencia de cómo se siente uno en un momento dado.
Los hijos, por ejemplo, tienen que ver con una idea mucho más amplia de la felicidad que incluye elementos como la entrega, la esperanza y el amor. La felicidad surge así de todo un estilo de vida o como un “subproducto” de la vida. Nadie es feliz en el vacío. Se es feliz por lo que se hace y por lo que se es; porque se ama a alguien o porque se está en un sitio. Por lo que preguntar en serio cómo ser feliz es hacer implícitamente otra pregunta: ¿cómo debo vivir? Está debería ser nuestra preocupación. Hum, ya…
La tortuosidad de la felicidad no acaba aquí, porque si se vive de una determinada manera sólo para ser feliz, no se es feliz. Los creyentes no son religiosos para ser felices sino porque aman a Dios. Los amigos no son sociables para ser felices sino porque se quieren. La gente no tiene objetivos para ser felices sino porque encuentran un sentido en la vida y persiguen sus sueños y objetivos. Así, indirectamente, son felices. La felicidad se encuentra por causalidad. Pero la causalidad llega viviendo.
“Ahora al bueno le llaman tonto.”
Ignorancia prudente
“¡Atrévete a pensar por ti mismo!”, nos exhortaba Kant. Intentaba utilizar la luz de la razón para ahuyentar la oscuridad de la ignorancia, por mucho que esa luz pueda resultar dolorosa. Creía que el conocimiento traería al final la felicidad. Estaba convencido de que la humanidad es infeliz no por la tristeza, el sufrimiento y todas las injusticias del mundo, sino porque la ignorancia bloquea el camino para alcanzar la felicidad.
“Cuando una persona no comprende instintivamente lo que es bueno y lo que es malo, es un tonto o un granuja.” George Bernard Shaw
Quizá haya distinciones menos categóricas y más benévolas que las del brillante y severo Kant. ¡¿Qué tal la diferencia entre ignorancia supina e ignorancia prudente?!
La estupidez, sin duda, puede sustentar un tipo de felicidad, pero ésta es superficial e inestable y puede convertirse en injusticia, prejuicios y supersticiones. La ignorancia prudente es una cualidad completamente distinta. Es la ignorancia de Sócrates quien se dio cuenta de que la clave para la sabiduría es comprender lo limitado que es nuestro conocimiento. Todos somos ignorantes, lo inteligente es darse cuenta de ello. Esto indica que la felicidad no es sólo cuestión de comprender – algo que nosotros, los mortales, no podemos lograr por completo -, sino que también es una cuestión de voluntad, una voluntad que siempre busca algo más. En este caso, la voluntad es la ilimitada capacidad de amar el bien que siempre anhela amar más. No se conforma con cualquier bien, desea lo sublime. Es decir, la perfección, la plenitud humana, la felicidad sin sombras, la coincidentia oppositorum, la paz espiritual. Y ese deseo trae consigo algo de lo buscado. ¡Ay!, acabo de sufrir un cruce de cables… ¿Quién decía, “el amor entra cuando el conocimiento se deja en la puerta?»…
Sea como fuere, el gran placer de la ignorancia es, después de todo, el placer de hacer preguntas. El hombre que ha perdido este placer o lo ha cambiado por el dogma, que es el placer de responder, ya ha empezado a anquilosarse. Haz click para twittearEl sentido de la existencia o la autorrealización
En la cúspide de la pirámide de Abraham Maslow, en el quinto nivel está la autorrealización. Se diferencia de las demás necesidades en que nunca se puede satisfacer por completo porque los seres humanos siempre pueden imaginar más cosas de las que pueden crear o lograr. Viktor Frankl, añadió en El hombre en busca de sentido, que la autorrealización no es lo mismo que la necesidad de expresarse, afirmando que el mayor potencial se logra cuando trasciende totalmente su limitada existencia:
«El verdadero sentido de la vida debe encontrase en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización. Ésta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa. […] En otras palabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera un “fin en sí mismo”, sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia transcendencia.»
Creo que el que mejor expreso la transcendencia (!) fue Bertolt Brecht, bajando de las altas esferas a las cosas del comer. Decía, “lo primero es comer; luego viene la moral.” No pretende ser despectivo con la moral ya que no hay tiempo para esa sutilezas cuando se trata del sustento. La palabra alemana que utiliza en La ópera de los tres centavos es comida en el sentido de “forraje”, no de “buena comida casera”. Dicho de otra forma, en nuestra vida ponemos la comida por debajo de la moral a costa de nuestra humanidad.
“La libertad y la esclavitud son estados mentales”. – Gandhi
Libertad
La libertad es un estribillo que se oye continuamente. Los políticos la invocan (estamos en campaña). Las estrellas de pop cantan a la libertad y los filósofos hablan de ellas, y hasta en las empresas se escucha cada vez más. No hace mucho he encontrado estas tres definiciones:
En primer lugar, la ortodoxia política actual dice que la libertad es elección: cuántas más opciones se tiene, mayor libertad. La ventaja de esta definición es que deja a los individuos buscar la libertad. La desventaja es que tiende hacer de la elección un fin en sí mismo.
En segundo lugar, la libertad es igualdad: cuanta mayor igualdad de oportunidades hay en el mundo, mayor libertad se disfruta. La ventaja de esta definición es que trata de las desigualdades que quitan libertad a los pobre y a las minorías (incluso a colectivos como las mujeres que no son minoría). La desventaja es que tiende a ver la libertad en términos materiales y cuantitativos, mientras que la libertad es mucho más que eso, como lo señaló Gandhi.
En tercer lugar, una sugerencia que en principio parece rara: la libertad es obediencia. La ventaja de esta definición es que no se deja engañar por el mercado, que disfraza como libertad la elección del consumidor para comprar una cosa u otra, sino entiende el mundo como un lugar en el que todos obedecen reglas, les gusten o no, de forma que pueden elegir las mejores – aquellas que buscan una buena vida – y seguirlas. La desventaja de esta sugerencia es que no queda nada claro dónde se encuentran estas reglas que conviene obedecer. (Por eso gustan tanto las frases de almanaque, los casos de “éxito” y “emular a los mejores” como reglas universales aplicables a cualquier contexto y situación en la vida. ¡Si no triunfas con tan espléndido manual de reglas, es culpa tuya, que lo sepas!)
“Es más deseable cultivar el respeto al bien que el respeto a la ley.” – Henry D. Thoreau
A estas tres añadiría yo una más, no tanto como teoría genuina de la libertad, sino como prueba de si vamos generando mayor o menor libertad. La prueba es la amistad. Me parece que cuanto mayor sea la calidad de tus amistades – en lo relativo a honradez, vida compartida, compasión y amor a la vida -, más probable es que tu vida sea auténticamente libre.
El Gesto II
Voy terminando… aunque se me han quedado temas en el tintero.
Lo bueno tiene que ver para mí con las relaciones, las interacciones, la armonía, lo natural, lo simple y lo saludable. Por tanto, busco averiguar dónde, cuándo, cómo y entre qué o quién se manifiestan desconexiones, disonancias, bloqueos y apegos. ¿Quién quiere qué de quién? y ¿Quién hace qué a quién?, son en el teatro preguntas estándar para visibilizar las relaciones e interacciones. Además me ayudan los siguientes valores y principios:
Valores de primer orden:
- Desafío
- Equilibrio
- Integración
- Apertura
Y trato de ponerlos en práctica con los principios de segundo orden:
- Contribución
- Fluidez (y continuidad)
- Armonía
- Respeto
En los comportamientos busco mezclar las acciones con las siguientes cualidades:
Acciones
contrastar, reconocer, conectar, ligar, sentir, intuir, apreciar, acercar, tocar, abrir, comunicar, recibir, esperar (activamente), reflexionar, ajustar, organizar, diseñar.
Cualidades
cálido, cercano, abierto, flexible, creativo, intuitivo, divertido, accesible, conectado, auténtico, amable, justo, confiado, respetuoso, hospitalario, detallista, apreciativo.
Raíces y alas
Raíces y alas debemos dar a nuestros hijos, decía Goethe. Pero también nosotros seguimos siendo niños en cuerpos de mayores, pero muchos han dejado de usar su alas, olvidándose del vuelo de la imaginación y confiándolo todo al terrenal conocimiento. No abandonemos al niño que llevamos dentro, que con sana curiosidad nos machaca con preguntas sin parar: «mamá, ¿qué es esto?”, “papá, ¿para qué es esto?»; y, sobre todo: «¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?…»
Ser o no ser, esta es la cuestión. Esta es siempre la cuestión. The rest is silence…