Casos de éxito

El mundo exterior se nos aparece en parejas de polaridades que son dos caras de la misma moneda, son interdependientes y se definen mutuamente y juntas regulan la realidad en un continuo baile dinámico. Pero en nuestra cultura occidental, las polaridades se perciben como dualidades mutuamente excluyentes y en guerra. Esta dualidad privilegia el “versus”, la separación y exclusión en vez del “y” de la integración.
El Yo, sujeto, se siente separado frente a un mundo incierto y cambiante. La separación y la exclusión generan carencia, miedo y sensación de desconexión. No es pues de extrañar que aspiramos a la dominación de los objetos del mundo para proporcionarnos seguridad, certeza y sensación de poder. Y no es tampoco de extrañar que esta percepción de uno mismo y del mundo conduzcan a conflictos, injusticias y desigualdades. Porque la separación y la exclusión son la antítesis de la sostenibilidad. La tarea es pues la integración de las polaridades. La diversidad es un hecho, la inclusión una necesidad.
Las así llamadas “soft skills” no son un capricho para acompañar a las “hard skills”, las que aparentemente importan (?!). Sin la interacción dinámica entre las polaridades, no hay energía, no hay “latido del corazón” y cesa toda vida.

Cualquier proceso natural y orgánico está sometido a un ciclo de nacimiento, crecimiento, maduración, decadencia y muerte. Solamente hay que fijarse en las diferentes etapas de nuestra propia vida, en el continuo ciclo de las estaciones, el nacimiento de una idea que se va desarrollando y tomando cuerpo en el mundo material hasta que, con el tiempo, queda obsoleta y es relevada por otra idea emergente. Estos ciclos se manifiestan tanto en el interior de un ente como en el medio exterior; una vez más se trata de armonizar y equilibrar estos ritmos. Por ejemplo, sería estúpido esperar de un equipo nuevo, grandes resultados sin haber pasado por las diferentes fases de maduración. Pero nuestro modo de vida y las exigencias empresariales hacen caso omiso a estos ritmos y se precipitan en un frenesí de actividad apresurada, egoísta e irresponsable. El cortoplaismo funciona a golpe de martillo pilón y a la carrera mecánica por soluciones y resultados que fagocitan cualquier crecimiento orgánico. Acompasar y respetar estos ciclos vitales es absolutamente crítico para la sostenibilidad, y una tarea que requiere de gran capacidad de discernimiento.

Existe una perniciosa tendencia de confundir el conocimiento con el aprendizaje. Desde muy temprana edad se nos llena la cabeza con datos e información valiosa, pero totalmente desvinculada de un contexto específico y de la propia experiencia. Pero esta es precisamente la definición de aprendizaje; no hay aprendizaje sin contexto ni experiencia, y no hay aprendizaje ni experiencia sin práctica. Todos ellos elementos fundamentales para que podamos dar significado y sentido a los datos e información acumulados durante la experiencia en la práctica.

Hay tres «motivaciones» principales en el interior de todos los seres humanos que alimentan el proceso de aprendizaje y desarrollo.

• Impulso de conocimiento: la necesidad continua de comprendernos a nosotros mismos y al mundo en que vivimos.
• Impulso de desarrollo: la fuerza básica de nuestro espíritu que nos da forma y nos modela a medida que crecemos.
• Impulso de mejora: nace de una profunda sensación interior de que las cosas podrían hacerse mejor, de que estamos en el camino, pero aún no hemos llegado al destino.

Si hablamos por ejemplo, de la atracción, desarrollo y fidelización del talento, hay que facilitar y proporcionar entornos seguros de aprendizaje que involucren y comprometan a las personas con su propia experiencia, el aprendizaje mutuo y la creación de sentido. Esto también forma parte de la sostenibilidad.

Una vez más, nuestra percepción y cultura nos hace tomar partido por lo material, lo tangible, perdiendo de vista que cualquier cosa que se manifiesta en el mundo material, surge de la mente y se organiza a través de la energía e información en forma de materia, es decir, surge de lo intangible. No tenemos apenas idea de cómo manejar nuestra propia energía y desplazamos lo espiritual al ámbito privado. Esta miopía es completamente irrazonable, insensata e irresponsable. Quizá se haga para el lector más comprensible e interesante cuando hablamos de control. El mundo es demasiado complejo como para controlarlo. Controlamos muy pocas cosas, sin embargo, éstas son muy poderosas.
Llamémoslas Intención, Atención, Ejecución. La claridad de intención parte de la correcta comprensión de los fenómenos de la realidad, respeta y sigue los patrones del orden universal; sólo entonces aparece una visión clara sobre el camino a emprender, el por qué, para qué y para quién.

La mente se divide en tres, pero juntos forman una unidad:

• la mente-emoción, situada en el corazón que se manifiesta a través de las emociones
• la mente intención que se sitúa en el cerebro y se manifiesta a través de los pensamientos
• y la mente-cuerpo que se manifiesta a través de movimiento externo.

Desvincularlas es sencillamente imposible con mucho que nos esforcemos. La mente gobierna la atención a través de la intención; dónde va la atención, va la energía. Y ésta se manifiesta a través del cuerpo, en nuestras acciones y comportamientos. Cuando la intención, la atención y el movimiento del cuerpo están alineados hablamos de un “estado de flujo” o “control sin control”, que es precisamente un estado de armonía y equilibrio.

La revolución del sentido es un cambio en la forma en que cambiamos que se impone para poder aspirar y lograr un estado de sostenibilidad. Y aquí se cierra el circulo de este pequeño discurrir sobre este tema.